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Cuando los arquitectos construyen para ellos mismos

Todo arquitecto debería construir para las personas, entender que es lo que el cliente necesita y adaptar el proyecto a su estilo de vida. Entrar en la casa de una persona nos transmite una impresión similar a la que recibimos cuando la conocemos por primera vez y nos permite conocer sus costumbres más personales. Pero al entrar en una casa de autor también recibimos parte de la personalidad del arquitecto, como se conectan las estancias y que prioridad se le da a cada uno de los espacios, nos aporta información sobre la experiencia de aquél que la ha ideado.

Pero que ocurre cuando el arquitecto construye para él mismo. La vivienda del arquitecto siempre suscita un cierto interés puesto que se trata del proyecto más personal de su carrera y en el que se concederá la licencia de incluir todos sus deseos e inquietudes. Un proyecto que en algunas ocasiones es utilizado para impresionar a un futuro cliente y en otras, la mayoría, tan solo para vivir, sin dejar de lado un pequeño espacio para la experimentación de todo aquello que no pudo ser realizado debido a un presupuesto ajustado o a un cliente algo exigente. Algunas viviendas de los arquitectos internacionales más reconocidos, con el tiempo, pierden su condición de hogar para pasar a convertirse en lugares de peregrinación de arquitectos y curiosos, transformados en museos en los que se intenta recuperar la apariencia que tenían a partir de fotografías y recuerdos de familiares y amigos.

Casa y despacho de A. Aalto in Helsinki

Bien es sabido que el gran arquitecto alemán Mies van der Rohe nunca construyó su propia casa, un hecho que ha servido a sus detractores como argumento de crítica a la poca calidez de sus impecables espacios, poco se sabe tampoco de sus lugares de trabajo que en algún momento debieron haber alojado una gran cantidad de dibujantes y colaboradores durante su productivo periodo de edificios universitarios y rascacielos en Chicago. Si bien Mies van der Rohe fue muy cuidadoso a la hora de seleccionar las obras que se publicarían en su recopilación de trabajos, descartando aquéllos proyectos iniciales que no tenían cabida dentro de su filosofía posterior, bien seguro que tampoco permitió la revelación de las imágenes de sus espacios más personales, de forma que el legado gráfico que nos dejó es tan pulido y minucioso como su arquitectura.

Entre los grandes nombres de la arquitectura del siglo XX, encontramos dos arquitectos cuyas viviendas han llamado nuestra atención, pese a que parten de circunstancias e historias personales muy distintas tienen una similitud en la forma de hacer y entender la arquitectura que van más allá del propio espacio. Dos arquitectos a veces calificados de orgánicos por la utilización de materiales poco transformados por el hombre y por la composición de estancias que poco entienden de módulos y medidas racionales.

El primero de ellos, Frank Lloyd Wright [1867-1959] construiría tres viviendas a lo largo de su carrera. Tras completar su periodo de formación junto al arquitecto Louis Sullivan en Chicago, Wright ejerce como arquitecto desde su casa taller a las afueras de la ciudad, una vivienda que abandonaría tras 20 años de profesión para construir lo que fue considerado por él mismo como su verdadero hogar, Taliesin. Una casa construida en unos terrenos propiedad de la familia Lloyd en el valle de Spring Green en Wisconsin y que desde que se termina la primera versión en 1911 hasta la muerte del arquitecto en 1959 sufrió un largo proceso de continua transformación que incluyó su completa reconstrucción tras dos trágicos incendios. Además esta vivienda sería completada con la adaptación de un edificio cercano que serviría de despacho aprovechando una antigua escuela construida por él mismo para su padre. La última de sus viviendas, Taliesin West es un cuartel de trabajo situado en el desierto de Arizona donde el arquitecto pasaba largas temporadas evitando los fríos inviernos de Wisconsin.F.L. Wright’s home and studio in Oak Park, Chicago

 

Al otro lado del atlántico, el joven Alvar Aalto [1989-1976] construye su vivienda en 1936 a las afueras de la ciudad Helsinki. Una pequeña vivienda situada en un espacio rodeado de naturaleza, hoy en día incluida en la trama residencial de la ciudad. El arquitecto divide su vivienda entre la zona privada familiar y su estudio profesional que con el tiempo tuvo que ser trasladado a un edificio propio construido en 1955.

Sin duda el hecho que nos ha llamado la atención es la similitud a la hora de combinar las tareas de vivir y trabajar que se revelan en la vida de ambos maestros. Sus estudios crecen y se convierten en verdaderas comunidades donde sus colaboradores comparten trabajo pero también experiencias y vivencias comunes. Se trata de despachos cuya intensa actividad todavía continúa hoy en día, alojando las fundaciones destinadas a preservar su obra y en el caso de Wright, además con la escuela de arquitectura que él mismo fundó y que sigue en activo.

Se trata de viviendas que se ven invadidas por el espacio de trabajo del arquitecto, integrándose éste como una estancia más y en las que se otorga gran relevancia al espacio común de relación. En el estudio de Aalto, una de las paredes de cerramiento de la zona de espacios de comedor se proyecta frente a una pendiente donde se emplazan una serie de gradas que serían utilizadas por sus colaboradores como asientos para asistir a las proyecciones de películas y representaciones organizadas por ellos mismos todos los veranos. Para Wright las actividades lúdicas comunes adquirirían tal importancia que además de adaptar un teatro en el interior de su estudio se llegó a producir una publicación interna con la programación de las representaciones previstas. Sus estudiantes además, debido al remoto emplazamiento del lugar, disponían de estancias propias y espacios comunes que ellos mismos debían mantener siguiendo las estrictas normas de la comunidad.

La fusión entre la vida profesional y personal en ambos casos no es tan solo una ventaja para alumnos y colaboradores quienes se beneficiaban de la cercanía del maestro y tenían la libertad de aprender en un entorno familiar en continuo contacto con sus compañeros, sino que servía al propio arquitecto quién utilizaba la comunidad como una herramienta de actualización. Mantenerse rodeado de jóvenes talentos aportaba nueva energía e inspiración al despacho, algo muy importante en una época en que los profesionales disponían de escasos métodos para mantenerse al día.

 

Interior de la casa y de el despacho de A. Aalto

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